“ Usted dijo alguna vez que <<la literatura es un tono>>.
Sí, una especie de voz que narra. Llamo tono a un ritmo
del lenguaje que nos permite narrar. Yo sé cuál es el tono que tiene Renzi, y
ese tono es el que
construye la historia.”
(Ricardo Píglia - “Crítica y ficción” - editorial
Anagrama)
“(…) una obra: algo que permanece, que no es del todo traducible, que
lleva una firma (…), algo que tiene un lugar, cierta consistencia; algo que se
archiva, a lo que uno puede volver y puede repetir en un contexto distinto;
algo que todavía podrá leerse en un contexto en que las condiciones de lectura
habrán cambiado.”
(Jacques Derrida - “El gusto del
secreto” – Amorrortu/editores)
Por
tal o cual forma que el vidrio de las ventanas del tren tiene, al mirar hacia
fuera, apagándose ya el día, uno logra ver solo un entramado de sogas azules
cuadriculadas extendidas hacia el infinito, y en medio de la maraña, veo mi
reflejo, y un desdoble de mi reflejo, me veo reflejado con delay. Y me da la sensación de que no es exactamente un delay de mi imagen, no soy yo repetidas
veces desfasado. Creo que soy yo mismo, lo que fui dejando, lo que fue quedando
de mí, que me permite mirar hacia lo hecho, el archivo, y retomarlo.
No
es algo que suceda automáticamente, yo no estoy todo el día buscando imágenes
disparadoras de metáforas, primero esta la necesidad de expresar algo, luego
busco la forma.
Sucede
que leo un texto del cual tomo cierto punto desarrollado, como recapitulación
de un tema anterior: el tono de un escritor. Que tan interesante me resultó,
que terminó siendo motivo de una obra musical, en la cual tres músicos leen
para sus adentros en forma expresiva, textos de diferentes autores, y percuten
cada sílaba que leen, haciendo sonar así el tono de cada escritor. Por supuesto
que esto todavía no se ha probado, no se ha tocado, y por esta razón, no es más
que una hipótesis, la cual no me pertenece, pero me apropio de la misma y la
traduzco al lenguaje musical, abstracto, acéfalo de existencia concreta.
No
una traducción a otro idioma, sino a otro lenguaje, o mejor dicho, a otro
plano. Sí, en realidad es a otro plano u otro mundo, la traducción que
pretendo. Quiero extraer algo de una esencia que supongo existe: el tono del
escritor. Ricardo se refiere a ese tono como “un ritmo del lenguaje”, y
es está sugerencia (lo he entendido como una sugerencia) la que utilizo para
tomar las primeras decisiones sobre la composición de mi obra: -“voy a usar”
(me digo), “instrumentos de percusión, y voy a trabajar básicamente con el
ritmo”.
Estas primeras respuestas a las preguntas ¿qué?, y
¿con qué?, son sólo la hoja y el papel, y sobre este campo blanco es que
comienza la real y complicada tarea de la traducción. Porque es eso lo que
realmente quiero hacer, traducir la rítmica de los textos leídos en los
instrumentos percutidos. Entonces pruebo (que bueno probar).
Podría escribir una rítmica determinada, exacta, la
rítmica de cada palabra de cada texto, sus matices dinámicos, sus diferentes
velocidades. Pero estaría realizando una traducción literal de los textos, y no
creo que esto sea algo que me permita comprobar la existencia de estos tonos.
Si los tonos están ahí, deberían sonar al ser leídos desde el texto y no desde
las notas. Yo no debería ser quien escriba estos tonos, porque pasarían a ser
mis tonos, el ritmo que yo interpreto, y esta interpretación sería a su vez
interpretada por otros músicos que, seguramente, buscarían ejecutar e
interpretar estos tonos (ya míos) lo más exacto posible, teniendo en cuenta la
intensión del compositor; que sería en este caso, hacer sonar MIS tonos. Sería
una especie de muestreo del texto de muy baja calidad.
La lectura proveerá los tonos, si es que allí se
encuentran.
Mi intento de traducción daría tal vuelta maromética,
que llegaría a oponerse rotundamente mi intensión primera, mi idea apropiada.
Es decir que mi intensión se opondría a mi intensión, un agujero negro que todo
lo chupa, la perdición del compositor, el por enemigo del compositor: los
agujeros negros.
Dos días después. Noche cerrada, luna izada. Las
sogas alumbran el infinito mientras un texto va tomando forma. Volviendo a mi
casa en Hamburgo. El tren con muy poca gente en su interior. Tarde. Volviendo
de un concierto repleto de noteríos,
a excepción de una pieza. Tarde. Y voy a llegar aún más tarde, porque tengo
todavía por delante un tren más y un micro (a estas alturas nocturno, de los
graves, de baja frecuencia).
Ya se encontrarán en mi biblioteca Jacques (durmiendo
en mi mochila) y Ricardo (esperando sobre el escritorio del estudio), y
traducidos ellos, seguramente se leerán las tapas.
Voy a procurar ubicarlos en estantes diferentes.
J. Monera
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