miércoles, 24 de octubre de 2012

El tono de un escritor



Usted dijo alguna vez que  <<la literatura es un tono>>.

Sí, una especie de voz que narra. Llamo tono a un ritmo del lenguaje que nos permite narrar. Yo sé cuál es el tono que tiene Renzi, y ese tono es el que
construye la historia.
(Ricardo Píglia - “Crítica y ficción” -  editorial Anagrama)



“(…) una obra: algo que permanece, que no es del todo traducible, que lleva una firma (…), algo que tiene un lugar, cierta consistencia; algo que se archiva, a lo que uno puede volver y puede repetir en un contexto distinto; algo que todavía podrá leerse en un contexto en que las condiciones de lectura habrán cambiado.”
(Jacques Derrida - “El gusto del secreto” – Amorrortu/editores)


Por tal o cual forma que el vidrio de las ventanas del tren tiene, al mirar hacia fuera, apagándose ya el día, uno logra ver solo un entramado de sogas azules cuadriculadas extendidas hacia el infinito, y en medio de la maraña, veo mi reflejo, y un desdoble de mi reflejo, me veo reflejado con delay. Y me da la sensación de que no es exactamente un delay de mi imagen, no soy yo repetidas veces desfasado. Creo que soy yo mismo, lo que fui dejando, lo que fue quedando de mí, que me permite mirar hacia lo hecho, el archivo, y retomarlo.
No es algo que suceda automáticamente, yo no estoy todo el día buscando imágenes disparadoras de metáforas, primero esta la necesidad de expresar algo, luego busco la forma.
Sucede que leo un texto del cual tomo cierto punto desarrollado, como recapitulación de un tema anterior: el tono de un escritor. Que tan interesante me resultó, que terminó siendo motivo de una obra musical, en la cual tres músicos leen para sus adentros en forma expresiva, textos de diferentes autores, y percuten cada sílaba que leen, haciendo sonar así el tono de cada escritor. Por supuesto que esto todavía no se ha probado, no se ha tocado, y por esta razón, no es más que una hipótesis, la cual no me pertenece, pero me apropio de la misma y la traduzco al lenguaje musical, abstracto, acéfalo de existencia concreta.
No una traducción a otro idioma, sino a otro lenguaje, o mejor dicho, a otro plano. Sí, en realidad es a otro plano u otro mundo, la traducción que pretendo. Quiero extraer algo de una esencia que supongo existe: el tono del escritor. Ricardo se refiere a ese tono como “un ritmo del lenguaje”, y es está sugerencia (lo he entendido como una sugerencia) la que utilizo para tomar las primeras decisiones sobre la composición de mi obra: -“voy a usar” (me digo), “instrumentos de percusión, y voy a trabajar básicamente con el ritmo”.
Estas primeras respuestas a las preguntas ¿qué?, y ¿con qué?, son sólo la hoja y el papel, y sobre este campo blanco es que comienza la real y complicada tarea de la traducción. Porque es eso lo que realmente quiero hacer, traducir la rítmica de los textos leídos en los instrumentos percutidos. Entonces pruebo (que bueno probar).
Podría escribir una rítmica determinada, exacta, la rítmica de cada palabra de cada texto, sus matices dinámicos, sus diferentes velocidades. Pero estaría realizando una traducción literal de los textos, y no creo que esto sea algo que me permita comprobar la existencia de estos tonos. Si los tonos están ahí, deberían sonar al ser leídos desde el texto y no desde las notas. Yo no debería ser quien escriba estos tonos, porque pasarían a ser mis tonos, el ritmo que yo interpreto, y esta interpretación sería a su vez interpretada por otros músicos que, seguramente, buscarían ejecutar e interpretar estos tonos (ya míos) lo más exacto posible, teniendo en cuenta la intensión del compositor; que sería en este caso, hacer sonar MIS tonos. Sería una especie de muestreo del texto de muy baja calidad.
La lectura proveerá los tonos, si es que allí se encuentran.
Mi intento de traducción daría tal vuelta maromética, que llegaría a oponerse rotundamente mi intensión primera, mi idea apropiada. Es decir que mi intensión se opondría a mi intensión, un agujero negro que todo lo chupa, la perdición del compositor, el por enemigo del compositor: los agujeros negros.
Dos días después. Noche cerrada, luna izada. Las sogas alumbran el infinito mientras un texto va tomando forma. Volviendo a mi casa en Hamburgo. El tren con muy poca gente en su interior. Tarde. Volviendo de un concierto repleto de noteríos, a excepción de una pieza. Tarde. Y voy a llegar aún más tarde, porque tengo todavía por delante un tren más y un micro (a estas alturas nocturno, de los graves, de baja frecuencia).
Ya se encontrarán en mi biblioteca Jacques (durmiendo en mi mochila) y Ricardo (esperando sobre el escritorio del estudio), y traducidos ellos, seguramente se leerán las tapas.
Voy a procurar ubicarlos en estantes diferentes.

J. Monera

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