Hojas arrancadas. Son las que vuelan en primera instancia y luego se desplazan en camiones, y una vez en mano se leen y se siente, casi sin necesidad de esforzar la imaginación, el trazo fresco de la lapicera presionando sobre la madera del escritorio contándonos falsas novedades, por anteriormente contadas.
Entre la quinta y la sexta parada
del tren en el trecho desde Hamburgo hasta Neuemunster, mi perspectiva se
amplió, solo por unos tres minutos, el tiempo entre paradas. Se me ocurrió entender,
de una vez por todas, lo que una hoja arrancada significa.
-“Voy a revisar dos posibilidades
que pueden parecer extremas a primera lectura:”, me dije.
“La primera sería una especie de
desengaño, le quitaría (antes de siquiera habérselo agregado) un valor
“agregado” a la hoja arrancada, la despojaría de su parte romántica y diría que
una hoja arrancada es desinterés, un ejemplo de desconsideración hacia el destinatario.
Porque quien la envía no se preocupa, no se toma unos minutos adicionales en emprolijar
el borde de pequeños trozos de papel de medidas irregulares. Y poniéndome fino
podría decir que hay una profunda contradicción en la intencionalidad del
mensaje a enviarse. ¿Dónde se vislumbra este vacilar?, en el hecho de arrancar
una hoja con el fin de preparar una misiva de bordes lisos, de esquinas
rectangulares y gran prolijidad. El comienzo de la confección de este mensaje
es erróneo, mejor sería tomar una hoja para impresora, o comprar un papel
extra, o utilizar otro soporte. Entonces, esta primera acepción de Hoja arrancada (ahora con mayúscula y en
cursiva) es el reflejo de la hipocresía de una persona que no envía en su carta
(a esos casos es que me refiero) otra cosa que el siguiente mensaje: “necesito
partir del error para ser una persona ejemplar, de esta manera tengo algo que
solucionar”. Para ponerlo en otras palabras, como una hoja arrancada nunca
dejará de haber sido arrancada, está en su esencia, quien arregla la hoja
cortando los márgenes se ha ganado un dilema.
La segunda, en cambio:
¿Qué hay en una hoja arrancada?. Cuando se recibe una carta, abre el sobre y nota
que el texto está escrito en una hoja que fue arrancada, uno siente el afecto
de la espontaneidad y la verdad, se comprende al instante que lo que ha
motivado a este remitente a escribirnos es, desde un principio, genuino. Esto
se debe a que, si bien en la cabeza de quien escribe rondó la idea de enviarnos
una carta antes de sentarse y escribirnos, el hecho de escribir, el momento en
que la decisión se hace carne, ese instante fugaz es concebido por un impulso.
Este impulso es ese pulsar (ver “Ese
pulsar”, El falso ensayo), que es la energía primera, la que reposa durante dos
semanas (dependiendo del tiempo que al correo le lleve hacer llegar el envío a
destino) y luego, cuando en manos de un lector, invade al mismo, y en realidad
no lo invade, sino que lo ocupa.
En el acto de arrancar una hoja para
escribir está la espontaneidad, lo genuino y lo verdadero. Algo tan sencillo y
aparentemente banal, trasciende su condición de objeto y se convierte en una
especie de obra de arte que viaja miles de kilómetros por aire y tierra para
contarle a otro, algo que puede no ser tan importante como la carga de su
esencia arrancada, esto que uno se arranca junto con la hoja y envía, una porción
de espíritu que llega a manos de un ser querido, el afecto en un objeto tan
censillo y aparentemente banal. Un cacho de alma arranca uno, y lo envía a la
aventura, y si llega, solo si un día desprevenido bajo la puerta se entromete
en una tarde cualquiera una carta, solo entonces el alma pasa a otro cuerpo
lector, y he aquí que el nuevo servidor comienza el camino al impulso primero.
Un cuaderno deshojado a tirones es un diario de cartas.
Supongo que solo con mandar una hoja
arrancada por correo postal, sin haberla escrito inclusive, envía uno un
mensaje sumamente claro: “el afecto e interés depositados en el impulso,
dedicado éste a vos, te envío”.
La hoja arrancada es catarsis de la
distancia. El enojo, la furia, la ansiedad o solo el apuro, traducidos en el
rompimiento del papel.
Por eso, cada vez que leo una carta,
comienzo por los bordes del papel”.
L. Gírgola
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