martes, 11 de septiembre de 2012

La risa de Kagel, la locura de Schumann


Dentro de cada pieza musical se encuentran, a veces en su superficie y otras veces en sus profundidades, mensajes que el compositor ha rodeado de sonido. Como ya dijimos, en algunas ocasiones estos mensajes empapan la música que los contienen, pudiendo mal interpretarse o sonar ingenuos, y en otras ocasiones, las más interesantes, lo que el compositor quiere expresar, esa idea que rodea de notas, requiere para ser encontrada, cierta atención, suspicacia, y hasta a veces picardía.
Robert Schumann supo componer un Lied (canción) en la cual escribe una extraña indicación de expresión al pié de una melodía: innere Stimme (voz interior). Una interpretación sobre esta indicación ha sido la siguiente: la innere Stimme  debe ser imaginada por el intérprete al tiempo que toca el resto de la música escrita, esa melodía no debe sonar, por lo tanto no se debe tocar sino solo imaginar, y así llegaría el músico intérprete a conseguir el sonido ideal y deducir el mensaje intrínseco en la pieza.
Esta es una teoría que entiende la sugerencia de la voz interior como expresión de una profunda espiritualidad por parte del compositor, mediante la cual éste traspasa los límites del cuerpo del instrumento y del propio ejecutante creando un vínculo intangible entre los dos. Por otro lado, hay una teoría que se centra más en la tremenda esquizofrenia que Robert padecía, esa que lo obligaba a encerrarse bajo llave y pedir a sus estimados detenerlo de cualquier manera si este los atacaba.
Él podía prevenir la mayoría de sus ataques esquizofrénicos (los cuales pareciera ser, eran algo violentos) porque antes de que su voz interior le hablase y le sugiriese descuartizar a su esposa, él escuchaba un insoportable tinitus. Este sonido agudo y constante en su cabeza le servía de alarma.
Puede ser entonces, que la innere Stimme de la cual Schuman nos habla en su Lied no se trate de una forma de cantarle al espíritu una melodía que completaría la música para piano, sino una advertencia: si usted escucha esta melodía en su mente, o su voz interna le quiere persuadir de tocarla en el piano, aíslese tan pronto como sea posible, se lo recomiendo.
Hacia el año 1909 Arnold Schönberg compuso su Op11, dentro del cual se encuentra la un tanto controversial pieza N°3. En ella es difícil encontrar una construcción formal convencional, se podría decir que sus materiales musicales son vestigios de una historia, de una tonalidad, son sonidos del pasado. Claro que para notar esto tiene uno que hacerse de un análisis bastante profundo y encontrar estas frágiles relaciones de notas y acordes. Es decir que a simple escucha los sonidos del pasado no se oyen, uno tiene que imaginarlos, siempre cuando previo aviso o previo conocimiento.
Además de estos escombros tonales incrustados en la pieza N°3 del Op11 de Schönberg, al escuchar tanto ésta como algunas piezas anteriores y otras posteriores, un oído acostumbrado (por ejemplo uno de los del grupo M) a cierto lenguaje musical, podría percibir algo un tanto intenso: la disonancia. Que más allá del dicho (la frase suelta pareciera ser un dicho) que dice “Schönberg buscaba emancipar la disonancia”; se escucha una sonoridad constante y tensionante (repito, si uno tiene la oreja acomodada en modalidad tonal). Este es el caso de un gran desbalance entre el mensaje críptico y el obvio. Críptico el mensaje que significan estos materiales-vestigios del pasado: ¿un respeto?, ¿temor?, ¿lealtad?. Y obvia la sonoridad pregnante, la disonancia emancipada de la tonalidad.
Para un congreso de medicina se le pidió a Mauricio Kagel la composición de una obra para estrenar durante el congreso. En esta pieza tres intérpretes deben tocar sobre un mismo piano, también percutir sobre el mismo. La percusión juega un importante papel en esta música: contiene un mensaje en clave Morse, pasajes del juramento hipocrático. Pocos (me animo a decir nadie) en su momento percibieron el mensaje, claro, no era algo tan sencillo, pero sí cómico que a todos los médicos presentes se les “recitara” el juramento hipocrático sin que ellos si quiera lo intuyesen (¿un recordatorio?). He aquí un claro ejemplo de mensaje oculto, dilucidable para un músico compositor conocedor de la obra de Kagel, pero difícilmente reconocible para un médico o cualquier otra persona que no estudiase la composición contemporánea. La comedia es en esta obra el elemento oculto, un chiste dentro de la solemnidad que un concierto en un congreso de medicina conlleva. Imagino a Mauricio sentado en una primera fila con su invitación en la mano: “Kagel y acompañante”; no pudiendo resistir su risa, dejando escapar sonidos guturales similares a los de un accidente escatológico. Y los médicos a su alrededor preocupados por su salud, porque el viejo Kagel pareciera tener tos, o un malestar estomacal. Debaten en voz baja hasta que uno arriesga un diagnóstico: teniendo en cuenta la ausencia del principal síntoma de la descompostura estomacal, el olor a pedo, ha de tratarse de un resfrío.
Sea por el motivo que fuere: expresión, condicionamiento o humor, hay mensajes en la música y está en el compositor la difícil tarea de rodearlos, vestirlos con sonidos.


J.P. Pettoruti

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