jueves, 6 de septiembre de 2012

Norma y el sinsentido común


Imaginemos la siguiente situación: Nos encontramos viajando en un tren en Alemania desde una localidad a otra (por ejemplo de Lübeck a Hamburgo). En un momento determinado del viaje tenemos la necesidad de ir al baño y hacemos lo propio. Entramos al baño y comenzamos a hacer pis, con la puerta cerrada pero sin accionar el seguro que traba la puerta.
Hasta ahí. Resumimos: hacemos pis en un baño público sin trabar la puerta. Eso es lo importante de esta situación que de imaginaria poco tiene. Y no es nada del otro mundo, es más, siquiera es interesante, pero, aun así, continuemos en el plano del supuesto y agreguémosle un condimento. La especia del “sentido común” (nunca mejor usadas las comillas).
Mientras estamos pillando entra desprevenida al baño una persona, es decir, intenta entrar pero al estar el baño ocupado la puerta choca contra quién se encuentra adentro (que seríamos nosotros, en forma de uno supuesto, claro esta) y el nuevo personaje se percata de que no podrá usar el baño, el baño está ocupado.
A todo este hasta aquí aburrido relato le cabe un final, y es ahora donde quisiera yo, nos tomásemos un instante para imaginar nuevamente este deseado final…
¿Listo?
A mi se me ocurre algo obvio, ¿por qué obvio?, porque supongo un desenlace acorde al sentido común: Quien intentó entrar al baño y se encontró con que había una persona adentro haciendo su pis, se excusa en un nanosegundo, se disculpa solo por formalidad, por lo incómodo del momento, cierra la puerta y se queda esperando afuera, punto.
La realidad es que el hombre se quedó hasta donde pudo entrar con la puerta abierta y decidió que era el momento propicio para enseñarme (regañarme en realidad) que al utilizar el baño uno debe (DEBE, él puso especial énfasis en esta palabra) trabar la puerta.
Si bien es correcto trabar la puerta al ir al baño en el tren, lo que me ha hecho escribir este texto es el rasgo intolerante e ilógico de quien retáseme esa vez mientras yo hacía pis.  El hacer las cosas bien no es lo mismo que el deber hacer las cosas bien. Y es importante la diferencia, que radica fundamentalmente en los efectos que cada una de las prácticas de estas dos frases conlleva.
El hacer las cosas bien tiene como factor fundamental la consideración por el otro. Manejarse libremente (lo libremente que se pueda) siempre y cuando no coarte con esto la libertad o bien estar del otro. Ayudar, comunicarse, tolerar y concebir, son verbos que van de la mano con el hacer las cosas bien, mientras que…
En el deber hacer las cosas bien se esconde una doble intensión, y por ende una doble función de la frase. Deber hacer las cosas bien significa que yo puedo moverme libremente mientras haga lo que debo (las buenas cosas), y el otro puede hacer lo mismo, siempre y cuando haga también lo que debe. No es la consideración lo que mueve al individuo a hacer el bien sino el cumplimiento del deber. Tolerar, ayudar, comunicarse y concebir, deberían ser palabras que se aferren a esta frase también, pero (y aquí el aspecto ilógico), esto se dificulta en la puesta en práctica ya que, si una sociedad promueve el deber hacer las cosas bien puede llegar a forzar situaciones en las que el resultado no es la cosa bien hecha sino lo contrario, porque el razonamiento sería el siguiente: la persona no trabó la puerta del baño, eso está mal, ésta persona no hace lo que debe (las cosas bien), entonces debo decirle qué es lo que debe hacer, es mi parte civil que contribuye a un debido funcionamiento de esta sociedad.
En su afán por hacer bien alguien pudiera lograr lo contrario y convertirse en su peor enemigo, el peor enemigo. Lo correcto puede variar, puede tener que ver con las prioridades de cada persona, aún dentro de una misma sociedad. Los intereses, objetivos y trato varían de acuerdo al individuo. Es decir que lo correcto es como lo bello, una corriente de aire caliente que todo lo eleva. Pero, tolerar estas corrientes, pensarlas, resolver la comunicación entre diferentes culturas, diferentes tratos y formas de reaccionar frente al contingente; eso es hacer las cosas bien.
La fuente del placer para algunos seres humanos está en el cumplimiento de la norma. Y para otros la fuente de placer es la consideración por el otro. Los del primer grupo funcionan muy bien como pueblo organizado, no transgreden la norma y engendran el desapego con las personas. Ellos siguen las normas de convivencia al pie de la letra, pero poco a poco dejan de registrarle a uno como prójimo. Esto lleva a la locura hacia adentro, una implosión de soliloquios.
En cambio el loco lindo, el loco hacia fuera, es considerado, es ese que pareciera no registrarte y luego te invita a cenar, te cocina algo, te tiene presente, habla con vos, no solo consigo mismo cual desapegado social. Todos locos.
En fin, el hombre entró al pequeño baño mientras yo adentro, y en vez de salir rápidamente interrumpió mi ritual íntimo con un comentario sobre la Norma, señora importante si las hay.

L. Gírgola

3 comentarios:

  1. discrepo de una manera silvestremente psicoanalítica. estoy casi convencido de que la consideración per se, rousseauniana, no es más que el deber camuflado con flores y sonrisas. y eso no me causa tristeza ni pesar, como no me causa tristeza o pesar que el hombre se coma a la vaca, y la vida al hombre.

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  3. Que lindo que se agite el avispero. Interesante observación, un poco generalizadora, pero de carne y hueso. ¿Es en realidad un único motivo el de el ser humano en sociedad con otro?, ¿el deber?, aunque sea camuflado.

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