En un suburbio de Berlín, bajo una
fría garúa de verano espero se haga la hora para presionar el antiguo timbre
con la inscripción Jonhart.
Pretendo ser puntual porque he
llegado hace ya media hora. Luego de una amena charla acompañada de un café
(rico, a pesar de su inexperiencia cafetera) me perderé en el Stadtpark y partirá, minutos antes de
que yo llegue a la estación, el tren que debiere haberme tomado.
Recorrido en vano el raído primer
edificio, atravesé una pequeña puerta de madera, crucé un camino de ladrillos y
subí por una escalera caracol esquivando los escalones de la misma escalera,
los que acariciaban mi cabeza.
Entro a su departamento, a su cocina
de techo altísimo, estoy en un caserón, ¿estoy en Buenos Aires?. Horacio prepara
el café aclarando de antemano que el no toma café y que no suele prepararlo,
que sepa disculparlo si se quema el grano.
Pequeña introducción y a lo que nos
atañe, mostrarle algunos de mis trabajos: una pieza para piano, una obra
programática para orquesta (esta causará alguna gracia) y un Hayku musical para viola, percusión y
piano. Él no da clases de composición, ya me lo aclaró, pero me ha dicho que
sin problema alguno le echaba un vistazo a mi trabajo, y yo deseoso de una
devolución le visité.
En una realidad ideal yo podría
tomar su premisa al pié de la letra, dejaría mis estudios en Lübeck y me
mudaría a Berlín o mejor, a Francia, para estudiar en el conservatorio de París,
el cual es una vidriera desde la cual uno se dispara al infinito y un día, sin
saber cómo o exactamente cuándo, la ópera de uno se interpreta en Hamburgo o se
estrena una nueva composición en Stuttgart.
Su discurso me es un tanto ajeno, no
asible, su crítica sobre mi trabajo es amable y ligera. El café se me está
terminando y el reloj pareciera acompañar mi taza. Hacia el final de una idea
sobre la extensión de la pieza para piano, él se detiene cortando el oxigeno
que deambula por la descascarada habitación.
“El pulsar como el inicio de la
música”, señala. “El impulso que toma un dedo, el plectro o una baqueta hacia
el inevitable traslado de energía, esa energía que se encuentra en el impulso,
en la acción previa”. Es ahí donde debiera yo buscar argumentos, y son esos
argumentos los que cree él, se encuentran en el Hayku. Y no se equivoca, y ha vuelto a mi mundo Horacio y me ha dicho
algo realmente importante, me ha aconsejado, algo que no responde a la pregunta
perenne pero la apacigua. Soy el argentino que compone un Haikou a partir de un
tema de Jazz, y es esa la energía en el impulso previo a la música, lo que
escucho desde niño, antes de hacerme compositor, antes de haber tocado el piano
por primera vez. Este es el pulsar que no puede responder a ¿para quién compongo? pero sí a ¿por qué compongo?.
Horacio me avisa que la ciudad es más
grande de lo que parece, que me convendría cruzar el Stadtpark si quiero llegar a la terminal a tiempo.
Juan Pablo Pettoruti
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