jueves, 15 de noviembre de 2012

Quiero un enemigo



 Variación sobre la persona ejemplar de José Ortega y Gasset


Sobre quien tengo grandes reservas (Ortega y Gasset), pero no vienen al caso, empezando por el hecho de que escribió “El espectador” hace ya casi cien años.
La importancia de un enemigo. Lo necesario de tener una contra, y de esta contra lograr un positivo, es decir, a partir del negativo denominar lo opuesto. Cuando hay un otro negativo, entonces uno se puede definir como el positivo, siempre ante la presencia de lo que nos defina como su opuesto.

Estaba sumergida en su tarea, desvariaba sobre algunos recuerdos, y sobre su hombro sintió el roce de una mirada, y supo en ese instante que alguien se encontraba detrás de ella. Supuso también que quien se encontraba a sus espaldas era ella, no ella misma, sino su pareja. Y esta mirada no era de las que le estremecían el abdomen, cual descenso repentino y veloz, en cambio era una alergia lo que estos ojos le referían. Esto se debía a que conocía perfectamente las intenciones de su chica, quien se desprendía de este rótulo a cada paso que sus ojos daban hacia la cocina, donde la primera ella limpiaba algunos vasos.

Son muchos los casos conocidos en los que sólo con la creación de un enemigo, se han llevado a cabo las más atroces empresas. Para no ahogarse en un ejemplo específico, daré como denominador común la guerra. En los últimos años hubo un caso particular que pareció una tomada de pelo, algo en broma, pero que, lejos de serlo, tomo varias vidas: las invasiones a diversos países en pos de obtener pozos de petróleo.
Quiero hacer hincapié en la escusa utilizada por el atacante a la hora de invadir y destruir tierras otras. El fundamento fue el de vencer a un enemigo. A partir de esa premisa, se valió todo para conseguir el verdadero fin, el económico (y aquí hago una pequeñísima aclaración al respecto, ya que el petróleo también podría ser una pantalla del verdadero fin económico: la producción y venta de armamento bélico, que se extiende, luego de una guerra, a los civiles, por medio del miedo ante la posible existencia de un enemigo similar al vencido, terrible).
Desde este ejemplo anterior podemos trasladarnos a otros niveles y contextos sociales. La invención de un enemigo es la vía, el arma, para alcanzar un fin no justo; y los fines injustos son motivo no solo en la guerra, sino también en el común devenir de una democracia, cualquiera que sea el país. En medio de un contexto que no pareciera propiciar la caprichosa creación de un enemigo, esto sucede, y no de manera disimulada, sino con el mismo y descarado método: definirse bueno a partir de ser el opuesto del malo.

Una tarde de otoño invernal, y toda la belleza que esto conlleva, arruinados por una actitud, un comportamiento ejemplar. En realidad, el comienzo de un proceso de erosión detectado, final. Terminó de secar el último cubierto y sin moverse de la mesada, con sus manos apoyadas sobre el horno eléctrico apagado, dirigió sus palabras, pero no su mirada o gesto alguno, a su pareja, y le informó que a partir de ese instante, ya no sería su pareja, que sólo se refiera a ella como su ex, quien dejó de estar a su lado por ser un contraste donde resaltar, al punto de mentir, quien resaltara, para que el contraste sea el defecto, mentir sobre el funcionamiento de las cosas, inventar conocimientos que nunca tuvo, explicar lo que no necesita ser explicado, tomarse el tiempo valiosos de la vida en explicar meticulosamente algo absolutamente absurdo, sólo para dejar en claro que la razón, la verdad, estuvo siempre de su lado, no importa en qué estado (útil o inútil), la verdad siempre junto a ella. Ella, que dejaría de ser pareja de quien esta noche secara los platos, para convertirse en una persona ejemplar, sola, y con la verdad en su mano.

Este es el renglón adecuado para aclarar a qué a punta este falso ensayo. El ser bueno definiéndose como opuesto del malo, es una falsedad. El que uno sea opuesto al malo, no quita a uno su maldad, o mejor dicho, siendo opuestos al malo no obtenemos bondad, no somos buenos por no aceptar lo que el malo, sino por hacer “el bien”, o hacerla bien (en su acepción positiva).
José trata en su ensayo el problema de la persona ejemplar, el ejemplo de persona bien: este ser se identifica a sí mismo como buena persona a partir de lo mala persona que es el otro. En realidad en el texto de Ortega y Gasset la persona es ejemplar señalando lo que el otro hace mal. Entonces (y resumiendo) la persona ejemplar necesita de un otro que haga su parte defectuosa, para así contrastar y ser la otra opción, la que está en lo correcto.
Me resulta tanto más interesante que detectar a estos seres ejemplares, encontrar sus límites. Pareciera ser un objetivo útil saber hasta qué punto a una persona le urge ser ejemplar, qué lo llevaría a desear esto, y qué tanto haría para lograrlo. ¿Iría alguien a pasar por sobre un semejante para lograr su cometido?, ¿de qué manera pasaría sobre otros?, ¿qué sería pasar sobre otros?, ¿qué otros?.
Esta última pregunta es la chaveta de este ensayo, el detonante. Porque algo que la persona ejemplar se pregunta antes de trajearse de malos ejemplos, es “quién puede ser mi fondo en este contraste?”. Anteriormente escribí que la persona ejemplar requiere o mejor dicho, depende del defectuoso accionar de otro. Ahora bien, no es sencillo encontrar a otro que haga mal las cosas, que las haga tan mal como para dejar bien parado al ejemplar. Es aquí entonces donde comienza la campaña de “erosión de la moral”. Poco a poco, y de manera constante, la persona ejemplar va degradando algún aspecto aparentemente ético de su víctima (la cual pasará luego, a ser el victimario).
Este proceso abunda en hipocresía y falacias, se llena cada instante de tranquilidad del otro atacado, de falsos consejos (en un principio), sugerencias (luego de un tiempo) y finalmente lamentos, suspiros desalentadores y meneos faciales redundantes, acompañados de un coreográfico ascenso de las cejas. Pero nunca un argumento. ¿Está el otro en condiciones de discernir en tal melaza una razón?, en la mayoría de los casos no. Y esto es lo que la persona ejemplar busca en un enemigo, falencias en la detección de argumentos ajenos y la concepción de los propios.
Al entrar el nuevo enemigo en esta dialéctica falaciega, ha caído en la trampa, entró al campo, ya no dialéctico sino de batalla, de la persona ejemplar, y como esta persona se ha empeñado en hacerse ver bien durante su campaña de erosión, el enemigo empieza la carrera que a la nada lleva, con desventaja, ya que dentro de la dicotomía, el lugar del bien esta reservado, ya hace tiempo y por contraste, por la persona ejemplar.

Con el pasar de los años la verdad fue tomando un sabor amargo, tan lejano al placer de elevarse sobre los demás, ya con toda la razón y la verdad en ella, no hubo nada más que tomar, nadie a quien explicar, ya no quedó mal para hacer bien, y una vez sin el contraste, su persona quedó vacía, sin razón de ser.

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