domingo, 18 de noviembre de 2012

(sin título)



Hacía mucho que no soñaba con el firmamento acercándose hacia mí, yo acercándome al firmamento. Un suelo que va ganando dimensión con la cercanía, al alejarse. En realidad no es una superficie, sino incontables puntos blancos que dimensionan formas sobre un fondo vacío. Y este sueño fue recurrente, y hace unos años dejó de serlo, ahora sucede pocas veces en el año, o cada años.
Describir la sensación que el sueño siempre me produce (he notado que no cambia) sería lo único que me permitiría explicar el sueño en si. Es la sensación de una caída infinita, pero sin arriba ni abajo, porque no caigo hacia algo, pareciera que ese algo cae hacia mí, que siento caerme. Y casi al encontrarnos se renueva el recorrido (mal llamado recorrido) que nunca deja de reaparecer, o no empieza a aparecer, nunca.
Lo importante en realidad, es que se repite una especie de ciclo. Pero la frecuencia es absolutamente incierta, no tiene número, no se repite igual.
Primero los puntos parecen venirse a mucha velocidad, después están estáticos, y luego algunos más lejanos y otros sobre mí.
Hacía tiempo largo que no tenía este sueño. Lo recuerdo cada vez al despertar, lo he comentado antes del desayuno, como dice el dicho, para que se haga realidad. Pero nada ha sucedido, aunque sí se ha repetido varias veces mientras duermo, como diciéndome: he aquí tu realidad.
La realidad se diferencia de los sueños porque uno choca contra ella. Eventualmente, si no chocamos, podríamos estar soñando. Y lo que el choque trae consigo, un dolor, un estado de shock, es una suerte de prueba. Y el conocimiento del dolor nos convence de no estar soñando. Si no conociera el dolor, no sabría diferenciar entre un sueño y la realidad.
He despertado y todavía es de noche. Ya me he encontrado con la superficie de puntos multidimensionales, y creo haber despertado, y todavía la noche. El insomnio mezclado con el sueño y la noche que comenzó a deshacerse en mi almohada, sigue afuera, leyendo lo que escribo. El nivel de realidad se agudiza, pero no se repite a la distancia, espero el golpe que me indique que el mundo está en su constante devenir, que estoy aquí. Espero un golpe que me de la noción, o despertar.
Mañana, noche atrás, verificaré si el texto que en sueños escribo sigue ahí, o si el duende diabólico de Descartes se lo ha desecho en su risa, la mofa del pequeño desagradable que ha hecho de mí, por años, bóveda de un sueño interminable, indescriptible y suspendido. Y los puntos blancos sobre nada, los puntos de nada sobre lo infinito, toman dimensión a medida que mi anular derecho busca el camino al porvenir, primero la coma que anteriormente presioné, y tanto después el punto.

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