Hacía mucho que no soñaba con el
firmamento acercándose hacia mí, yo acercándome al firmamento. Un suelo que va
ganando dimensión con la cercanía, al alejarse. En realidad no es una
superficie, sino incontables puntos blancos que dimensionan formas sobre un
fondo vacío. Y este sueño fue recurrente, y hace unos años dejó de serlo, ahora
sucede pocas veces en el año, o cada años.
Describir la sensación que el sueño
siempre me produce (he notado que no cambia) sería lo único que me permitiría
explicar el sueño en si. Es la sensación de una caída infinita, pero sin arriba
ni abajo, porque no caigo hacia algo, pareciera que ese algo cae hacia mí, que
siento caerme. Y casi al encontrarnos se renueva el recorrido (mal llamado
recorrido) que nunca deja de reaparecer, o no empieza a aparecer, nunca.
Lo importante en realidad, es que se
repite una especie de ciclo. Pero la frecuencia es absolutamente incierta, no
tiene número, no se repite igual.
Primero los puntos parecen venirse a
mucha velocidad, después están estáticos, y luego algunos más lejanos y otros
sobre mí.
Hacía tiempo largo que no tenía este
sueño. Lo recuerdo cada vez al despertar, lo he comentado antes del desayuno,
como dice el dicho, para que se haga realidad. Pero nada ha sucedido, aunque sí
se ha repetido varias veces mientras duermo, como diciéndome: he aquí tu
realidad.
La realidad se diferencia de los
sueños porque uno choca contra ella. Eventualmente, si no chocamos, podríamos
estar soñando. Y lo que el choque trae consigo, un dolor, un estado de shock, es una suerte de prueba. Y el conocimiento del dolor nos
convence de no estar soñando. Si no conociera el dolor, no sabría diferenciar
entre un sueño y la realidad.
He despertado y todavía es de noche.
Ya me he encontrado con la superficie de puntos multidimensionales, y creo
haber despertado, y todavía la noche. El insomnio mezclado con el sueño y la
noche que comenzó a deshacerse en mi almohada, sigue afuera, leyendo lo que
escribo. El nivel de realidad se agudiza, pero no se repite a la distancia,
espero el golpe que me indique que el mundo está en su constante devenir, que estoy
aquí. Espero un golpe que me de la noción, o despertar.
Mañana, noche atrás, verificaré si
el texto que en sueños escribo sigue ahí, o si el duende diabólico de Descartes
se lo ha desecho en su risa, la mofa del pequeño desagradable que ha hecho de
mí, por años, bóveda de un sueño interminable, indescriptible y suspendido. Y
los puntos blancos sobre nada, los puntos de nada sobre lo infinito, toman
dimensión a medida que mi anular derecho busca el camino al porvenir, primero
la coma que anteriormente presioné, y
tanto después el punto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario