“¡Es un circo!, ¡de no creer!, ¡las
vueltas que le hacen dar a uno!”. Protesta el anciano Heinzelman (hoy mas viejo
que nunca) antes de siquiera sentarse en el taburete. Es una queja preparada,
tan obvio, ¡ IV - V - I !. Asi que debido a esta humareda con la que mi
ajerontado alumno dio comienzo a la “sesión” me he quedado pensando, rebota
entre mis lóbulos una pregunta: ¿por qué el falso enojo?.
“Mi mujer, ella no escucha bien, es
decir, sin su audífono no escucha bien. Le compré ese aparatito para que
continúe con sus clases de guitarra porque llegó un día con la idea de que sin
escuchar bien no se podía hacer música y que para qué pagar las clases si no se
acordaba de las notas… , no se acordaba de las notas. Le compré el audífono el
pasado noviembre, fíjese Júan, hace
ya dos meses, e hice el depósito en el Comerzal Bank, aquí en la esquina,
deposité la plata en la cuenta de…, bueno, el nombre, que habrá sido del
gerente, no me lo acuerdo, pero éste es el número de la cuenta del Deutsche Bank”
Con esa furia asquerosamente
aparente con la que entró, se sentó y comenzó la perorata, escribió en el dorso
de una partitura un número.
“¡Mire Júan, fíjese que me dijeron
que este 7 se parece a un 4!”. El siete y el cuatro eran claramente diferentes así
que con la complicidad de un mecánico le dije que era definitivamente extraño,
que estos dos números se diferenciaban sin problemas.
Hoy toca Walz, uno muy conocido, y
él lo hace sonar lentamente, primero la mano derecha y luego la izquierda, el
acompañamiento, el tan complicado e importante acompañamiento, ¿el trauma de
Herr Heinzelman?, logro deducir. Es un día un tanto particular ya he dicho, pero
la música suena como de costumbre, particular. Es que el tres por cuatro se
quiebra a cada compás, acelera y desacelera y termina siempre con un final
diferente. El hombre hace su música, la que le gusta, es este su lugar de
trabajo y estudio, pero hoy está distinto, no molesto, ¡eso es mentira!, se
nota que disfruta de algo, en la clase de hoy Herr Heinzelman se dirige a sí mismo,
con ademanes inconexos pero expresivos dirige su Walz, es una excelente obra
conceptual, un hombre de la “Fieja Fiena” que dirige su mano derecha de
carácter pedregoso, con su mano izquierda, la cual debería estar enredándose
con el rítmicodificilimportanteytraumatico acompañamiento. Es realmente bello
lo que hace, su cara toma el color de cada pasaje fracturado y su respiración
se acomoda a los sostenidos que se cortan en el aire. La última porción de
materia de su mano, la uña del dedo índice, roza la partitura mientras revuelve
la música queriendo así elevarla como si fuera papel de diario quemado.
“Bien, ¿no?, mejor. Poco a poco
sale”. Asiento sin sinceridad alguna. “De a poco mejora, sí. ¡Pero que un siete
y un cuatro!, hay que creerlo. Está esta gente que compra todo con tarjetas y
hace transacciones bancarias por cualquier cosa. Yo nunca he hecho cosa así.
Pasa que luego le llega a uno una lista del banco donde le detallan todo lo que
uno gastó, saben cuándo qué compró cada persona, no me lo creo, no me gusta.
Hay que practicar un poco pero va saliendo. ¡Si es un siete!, un cuatro, es un
siete, no hay forma de que sea un cuatro.”
Mientras escucho la cuarta
interpretación de Over the Waves noto que la partitura, apoyada sobre el piano,
está partida en dos. Una mitad se ve normal, nada fuera de lo común, pero la
otra parte está totalmente iluminada, brilla, rebalsa de sol. Es que hoy es un día un tanto particular, hoy
el cielo está limpio, no hay nubes, no llueve, y el sol calienta a la gente sobre
cada vereda; es un día espléndido, como pocos, fresco pero cálido, sin lluvia,
sin humedad, sin frío en las manos, sin articulaciones entumecidas, sin
ejercicios de precalentamiento, sin errores debido al frío. Es un día hermoso,
con sol, y los dedos de Herr Heinzelman, sumisos, buscan la tecla correcta.
J. Monera
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