domingo, 26 de agosto de 2012

4 y 7 ( clase n° 10 )


 
“¡Es un circo!, ¡de no creer!, ¡las vueltas que le hacen dar a uno!”. Protesta el anciano Heinzelman (hoy mas viejo que nunca) antes de siquiera sentarse en el taburete. Es una queja preparada, tan obvio, ¡ IV - V - I !. Asi que debido a esta humareda con la que mi ajerontado alumno dio comienzo a la “sesión” me he quedado pensando, rebota entre mis lóbulos una pregunta: ¿por qué el falso enojo?.
“Mi mujer, ella no escucha bien, es decir, sin su audífono no escucha bien. Le compré ese aparatito para que continúe con sus clases de guitarra porque llegó un día con la idea de que sin escuchar bien no se podía hacer música y que para qué pagar las clases si no se acordaba de las notas… , no se acordaba de las notas. Le compré el audífono el pasado noviembre, fíjese Júan, hace ya dos meses, e hice el depósito en el Comerzal Bank, aquí en la esquina, deposité la plata en la cuenta de…, bueno, el nombre, que habrá sido del gerente, no me lo acuerdo, pero éste es el número de la cuenta del Deutsche Bank”
Con esa furia asquerosamente aparente con la que entró, se sentó y comenzó la perorata, escribió en el dorso de una partitura un número.
“¡Mire Júan, fíjese que me dijeron que este 7 se parece a un 4!”. El siete y el cuatro eran claramente diferentes así que con la complicidad de un mecánico le dije que era definitivamente extraño, que estos dos números se diferenciaban sin problemas.
Hoy toca Walz, uno muy conocido, y él lo hace sonar lentamente, primero la mano derecha y luego la izquierda, el acompañamiento, el tan complicado e importante acompañamiento, ¿el trauma de Herr Heinzelman?, logro deducir. Es un día un tanto particular ya he dicho, pero la música suena como de costumbre, particular. Es que el tres por cuatro se quiebra a cada compás, acelera y desacelera y termina siempre con un final diferente. El hombre hace su música, la que le gusta, es este su lugar de trabajo y estudio, pero hoy está distinto, no molesto, ¡eso es mentira!, se nota que disfruta de algo, en la clase de hoy Herr Heinzelman se dirige a sí mismo, con ademanes inconexos pero expresivos dirige su Walz, es una excelente obra conceptual, un hombre de la “Fieja Fiena” que dirige su mano derecha de carácter pedregoso, con su mano izquierda, la cual debería estar enredándose con el rítmicodificilimportanteytraumatico acompañamiento. Es realmente bello lo que hace, su cara toma el color de cada pasaje fracturado y su respiración se acomoda a los sostenidos que se cortan en el aire. La última porción de materia de su mano, la uña del dedo índice, roza la partitura mientras revuelve la música queriendo así elevarla como si fuera papel de diario quemado.
“Bien, ¿no?, mejor. Poco a poco sale”. Asiento sin sinceridad alguna. “De a poco mejora, sí. ¡Pero que un siete y un cuatro!, hay que creerlo. Está esta gente que compra todo con tarjetas y hace transacciones bancarias por cualquier cosa. Yo nunca he hecho cosa así. Pasa que luego le llega a uno una lista del banco donde le detallan todo lo que uno gastó, saben cuándo qué compró cada persona, no me lo creo, no me gusta. Hay que practicar un poco pero va saliendo. ¡Si es un siete!, un cuatro, es un siete, no hay forma de que sea un cuatro.”
Mientras escucho la cuarta interpretación de Over the Waves noto que la partitura, apoyada sobre el piano, está partida en dos. Una mitad se ve normal, nada fuera de lo común, pero la otra parte está totalmente iluminada, brilla, rebalsa de sol.  Es que hoy es un día un tanto particular, hoy el cielo está limpio, no hay nubes, no llueve, y el sol calienta a la gente sobre cada vereda; es un día espléndido, como pocos, fresco pero cálido, sin lluvia, sin humedad, sin frío en las manos, sin articulaciones entumecidas, sin ejercicios de precalentamiento, sin errores debido al frío. Es un día hermoso, con sol, y los dedos de Herr Heinzelman, sumisos, buscan la tecla correcta.

J. Monera

No hay comentarios:

Publicar un comentario