viernes, 31 de agosto de 2012

El pasado noviembre


  Serio, Maximilian me dice: “por suerte ya pasamos Noviembre, el mes en que más gente muere”. Llegamos entonces a la puerta de la Escuela y retrasamos nuestra entrada unos minutos, nos quedamos parados meditando la sentencia de mi colega alemán. ¿Por qué Noviembre?. Los viejos mueren en los asilos, el cielo constantemente gris, la lluvia, la humedad, el clima. Todo eso deprime a la gente, y es entonces cuando dejan de salir y allí los atrapa la muerte, en sus habitaciones a medida rodeados de sus horarios a medida.
Hace un mes de esta lluvia de pocas gotas anchas y heladas que caen en grupo. Las ciudades suenan a Feldman, abundan en ellas los sonidos livianos y sutiles, y aunque cada rincón sea gris y cada tresillo de gotas golpeacienes hielan los sentimientos más profundos; el año sigue terminando con sus conciertos, sus promesas y sus súplicas; y a pesar de todo (la navidad que se acerca también) el año no termina. Está atravesado, el ciclo de trabajo y estudio empezó en Octubre, por lo tanto estoy en la sima de la ola.
Son los días de sol los que me hacen recordar lo importante de la vitamina E, lo placentero de sentarse a la luz, donde sea. Esos días son pocos hace ya un tiempo y sucede en esas escasas ocasiones que Febo no llega a cubrirnos, no se eleva sino que bordea el cielo al ras del piso y así como aparece a las ocho de la mañana se oculta a las cuatro de la tarde, se va sin decir adiós, uno no advierte a la noche, siendo joven y todo, la noche no se advierte.
Así como uno no se da cuenta que la luz se fue, algunos alumnos de piano dejan de tocar, no conocen sus partituras, son otras notas, sus dedos están fríos, todo está húmedo y las articulaciones duelen un poco. La memoria no se activa y se degrada la música.
Encerrado el ser humano lidia con los recuerdos. Ese mes siniestro que precede a las navidades brinda el tiempo necesario o suficiente para desgranar cada historia. La noche, el frío y las lluvias infinitas lo meten a uno dentro de uno mismo, hace que nuestra moral recorra cada resquicio empolvado, que supure la culpa, la melancolía, anhelo.
La estación central de Lübeck está más que desolada, sola. Los trenes solo se van, la abandonan al silencio que se interrumpe por mis pasos irregulares, no tengo apuro alguno, me acerco lentamente a la terminal y la recorro de punta a punta. Hay una demora de unos diez minutos. Otra persona arriba, todavía no ha bajado las escaleras, se pasea por los primeros escalones con un andar irregular, es el ruido de sus pasos el que corta el silencio. Más lejos, un hombre cruza la calle llegando a la estación, pasea, escucha el sonido de los ruidos que la ciudad transpira. Esta persona ha caminado ya unos diez minutos, viene de la Escuela Superior de música, donde un colega le ha dicho con tono serio que por suerte ya ha pasado Noviembre, el mes en que más gente muere.

Juan Pablo Pettoruti

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