domingo, 26 de agosto de 2012

La Paloma ( clase n° 2 )



Las manos frías, y comenta sobre el ejercicio, uno tal que calienta los dedos, hace que circule la sangre. Ahí surge el tema, se desprende de la niebla y las bajas temperaturas un tema: que yo vivo bastante lejos , ¿dos horas de viaje?, es bastante, y en tren, bus y bicicleta. Entonces él tiene una moto. La compró en el norte de Inglaterra y la usó hasta el año pasado en las carreras locales, en las cuales es quien maneja las distancias el que gana. Un punto (¿?) le faltó para el cuarto puesto, cerca, salió quinto. El frío, un rondó sobre el clima, hoy no es buen día para andar la moto.
No puedo evitar preguntarle, cerca de la recapitulación meteorológica, si dispone en su casa de lo necesario para hacer rendir la semana. Su mujer tocaba la flauta dulce, parece que con buen timbre, y luego del accidente, y la guitarra. Pertenece al grupo de los que quiso, el grupo de los que su casa fue arrasada, y todo, incluso las teclas desaparecieron.

(Ahora el único ruido es el sul ponticello de sus dedos acariciándose entre ellos)

Robaba nafta de los autos varados en la autopista, el vecino disfrutaba de sus conocimientos de mecánica, le ¿regaló? un registro de conducir, para autos.
Yo asiento atento inclinado levemente hacia delante. Pienso por momentos que mi interés es fingido, y entonces recuerdo al oriundo del Este, los pagos de Choppin, diciéndome que con Herr Heinzelman debo ser yo quien valla hacia él y no al revés; nada de pedagogía de seminario, no.
Irrumpe en mi laguna dilémica un rostro conocido pero nunca antes visto, un bigote en cuarto menguante, una sonrisa cumpleañera y el rubor político en sus mejillas y orejas.
A su lado Herr Heinzelman con un trofeo, el primer puesto. La foto es de hace tan solo diez años, ¡es decir que él tenía 70 años!. La provincia a sus pies y su rostro enmascarado por recuerdos.
“Los ingleses andaban en esas motos, los veíamos pasar y junto con mi amigo de la infancia, que en paz descanse, fantaseábamos tener las propias”.

(Silencio de una pequeña pausa)

Cuando el falso tango tose su cuarta nota entra al aula el chico Möller, puntual. La clase de piano ha terminado. Herr Heinzelman mira al joven, e inseguro, como el jueves pasado, retira su presencia.

J.Monera

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