Las manos frías, y comenta sobre el
ejercicio, uno tal que calienta los dedos, hace que circule la sangre. Ahí
surge el tema, se desprende de la niebla y las bajas temperaturas un tema: que
yo vivo bastante lejos , ¿dos horas de viaje?, es bastante, y en tren, bus y
bicicleta. Entonces él tiene una moto. La compró en el norte de Inglaterra y la
usó hasta el año pasado en las carreras locales, en las cuales es quien maneja
las distancias el que gana. Un punto (¿?) le faltó para el cuarto puesto, cerca,
salió quinto. El frío, un rondó sobre el clima, hoy no es buen día para andar
la moto.
No puedo evitar preguntarle, cerca
de la recapitulación meteorológica, si dispone en su casa de lo necesario para
hacer rendir la semana. Su mujer tocaba la flauta dulce, parece que con buen
timbre, y luego del accidente, y la guitarra. Pertenece al grupo de los que quiso,
el grupo de los que su casa fue arrasada, y todo, incluso las teclas
desaparecieron.
(Ahora el único ruido es el sul ponticello de sus dedos acariciándose
entre ellos)
Robaba nafta de los autos varados en
la autopista, el vecino disfrutaba de sus conocimientos de mecánica, le
¿regaló? un registro de conducir, para autos.
Yo asiento atento inclinado
levemente hacia delante. Pienso por momentos que mi interés es fingido, y
entonces recuerdo al oriundo del Este, los pagos de Choppin, diciéndome que con
Herr Heinzelman debo ser yo quien valla hacia él y no al revés; nada de pedagogía
de seminario, no.
Irrumpe en mi laguna dilémica un
rostro conocido pero nunca antes visto, un bigote en cuarto menguante, una sonrisa
cumpleañera y el rubor político en sus mejillas y orejas.
A su lado Herr Heinzelman con un
trofeo, el primer puesto. La foto es de hace tan solo diez años, ¡es decir que
él tenía 70 años!. La provincia a sus pies y su rostro enmascarado por
recuerdos.
“Los ingleses andaban en esas motos,
los veíamos pasar y junto con mi amigo de la infancia, que en paz descanse, fantaseábamos
tener las propias”.
(Silencio de una pequeña pausa)
Cuando el falso tango tose su cuarta
nota entra al aula el chico Möller, puntual. La clase de piano ha terminado.
Herr Heinzelman mira al joven, e inseguro, como el jueves pasado, retira su
presencia.
J.Monera
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