Lentamente me convierto en el peor
enemigo de la humanidad, el hombre adulto. El peor enemigo del niño, de la
mujer y del otro. Las posturas que surgen en primera instancia como una broma
un pasatiempo o un capricho, se transforman con el pasar de los años y es justo
antes de los treinta años que estas ideas se afirman o se substituyen por
otras, en pos de la vida digna y una buena relación con el mundo, o no, y en
este último caso el ser humano de sexo masculino puede convertirse, de un volantazo,
en el enemigo, de sí mismo también.
Me imagino un lustro de furia, de
caos, todas las velocidades en simultáneo. Teniendo en cuenta mi profesión, mis
valores germinando, mis afectos y mi actividad intelectual; vislumbro unos
cinco años de crisis constante, resquebrajamiento de paradigmas y mutación de
la consideración.
En la costa atlántica argentina, en
la localidad de La Lucila
del Mar, solíamos pasar eneros enteros con mi familia. Los últimos veranos,
tuvieron también la presencia de algunas de mis tías y el hijo de una de ellas,
con quien he tenido siempre una relación de profunda amistad, un
primo-amigo-hermano con el que no solo nos hemos preguntado el por qué de
infinitas ideas, sino que también hemos practicado ciertas creencias. Fue
siempre el descubrimiento de la idea por medio de la experimentación lúdica,
jodiendo y nabeando.
En el partido de la costa, en cada
una de sus ciudades y pueblos, existe en verano una suerte de práctica común,
tanto para el turista como para el lugareño: La Banana. Es un bote inflable (en
forma de banana justamente) al cual se suben un grupo de personas, para ser
acarreadas mar adentro por una moto de agua a la cual el bote con forma frutal
está enganchado con una soga. La gracia del juego es la siguiente: el conductor
de la moto de agua busca por todos los medios (no todos) hacer volcar el bote
bananezco y de esta manera tirar al agua a todos los participantes. Los grupos
de “jugadores” son variados, en una misma salida se encuentran personas
adultas: hombres y mujeres, niños, gente que quiere estar ahí y gente que no
quiere estar ahí. Mi primo y yo hemos formado incontables veces parte del grupo
de los niños. Nuestra misión en las excursiones era otra que la del común
denominador. El juego, para nosotros niños, consistía en no caer del bote,
aguantar, resistir los embates del diablo motorizado y hacerle el normal
desempeño de su trabajo algo más dificultoso.
Es así que una vez, curtidas ya
nuestras pieles y experiencia por los veranos, nuestra empresa tuvo un éxito
rotundo, el funcionario acuático no logró sacarnos de nuestros lugares en La Banana, y sorprendido (algo
asustado supongo también), terminando el recorrido, se dirigió a mi padre y tío
de mi primo y díjole: “¡A estos me los mandó el enemigo!”. Nunca más atinado.
Las formas de pensar, los conceptos
de esas formas, los valores, los recuerdos y los problemas, mutan y cambian de
posición en el cosmos mental de una persona, y en el orden de prioridades de
nuestra vida. Por momentos hago todo lo posible por recordar mis veranos y
mantenerme arriba de La Banana,
y en otras ocasiones simplemente suelto la manija, aflojo las piernas, y dejo
caer mi cuerpo a las profundidades donde mis pies puedan patalear tranquilos,
donde floto y noto, en la línea horizontal del límite de mi vista, un paisaje
ya lejano.
Luciano Gírgola
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